El único requisito para la reproducción de los anfibios es la presencia de agua: todos depositan sus huevos en aguas estancadas o bien en terrenos pantanosos y praderas inundadas. Aparte de esto, las especies tienen muy pocas características en común. Algunos anuros llegan a poner hasta 10.000 huevos, mientras que otros solo cinco o seis. Los renacuajos, las larvas de las ranas y sapos, son acechados por numerosos depredadores. Por ello solo dos o tres de cada cien llegan a la etapa adulta.
Los huevos de los anuros, donde se desarrollan los renacuajos, están rodeados de una sustancia gelatinosa que se hincha en el agua y que los protege de la desecación.
Tras la fecundación y la eclosión del huevo, las larvas de las ranas flecha son llevadas –a menudo, de una en una- a las nervaduras húmedas de las hojas y alimentadas durante algunas semanas. Los renacuajos se encaraman encima del padre, que segrega una sustancia de la que se nutren, y la hembra también les proporciona alimento.
Un cuidado de las crías verdaderamente digno de mención es el de la rana Australiana Rheobatrachus silus. La hembra se engullía los huevos y los empollaba unas ocho semanas en el interior de su estómago, tiempo durante el cual ni ingería alimento alguno ni producía jugos gástricos. Una vez que las crías superaban la fase larvaria, la madre las escupía sin vacilar en el estanque más próximo y las abandonaba.
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